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AUDIO

El vocablo crudo, discutirle así lo que es crudo, como si, para empezar, me gustara elevar la apuesta, y la expresión «elevar la apuesta», la jugada de póker, pertenece sólo a mi madre, como si yo pretendiese discutir con él sobre lo que quiere decir hablar crudo, como si me ensañase hasta la sangre en recordarle, como ya sabe, cur confitemur Deo scienti,lo que nos exige lo crudo, y así lo hago en mi lengua, la otra, la que desde siempre me persigue y gira alrededor de mí, una circunferencia que me lame con su llama y que yo, a mi vez, intento rodear, puesto que nunca he deseado sino lo imposible, la crudeza en la que no creo, y la palabra cruda deja que entren en él, a través del conducto auditivo, incluso por una vena, la fe, la profesión de fe o la confesión, la creencia, la credulidad, como si yo tuviera empeño en buscar una disputa con él, oponiéndole un escrito ingenuo, crédulo, que, por alguna transfusión inmediata, apela a la creencia del lector tanto como a la mía, desde este sueño, presente en mí desde siempre, sobre otra lengua, una lengua completamente cruda, un nombre también medio fluido, como la sangre, y oigo burlarse, pobre viejo, no emprendas el camino, no es mañana la víspera, no sabrás nunca, la sobreabundancia de una crecida tras cuyo paso un dique adquiere la belleza de la ruina que siempre poseerá en su propio fondo sepultado, sobre todo la crueldad, otra vez la sangre, cruor, confiteor, lo que la sangre ha sido para mí, me pregunto si Geoff lo sabe, como podría él saber que aquella mañana, el 29 de noviembre de 1988, vino esta frase desde más allá de lo que nunca podré decir, pero una sola frase, apenas una frase, la expresión plural de un deseo hacia el que todos los demás parecían apresurarse desde siempre en confluencia, un orden suspendido de tres palabras,encontrar la vena, lo que un enfermero podía murmurar con la jeringuilla en la mano, la aguja hacia arriba, antes de latoma de sangre, mientras que, por ejemplo, en mi infancia, y me acuerdo de aquel laboratorio en una calle de Argel, el miedo y la oleada de glorioso sosiego se apoderaban de mí al mismo tiempo, me tomaban, ciego, en sus brazos en el instante preciso en el que la aguja de la jeringuilla aseguraba un paso invisible, siempre invisible, para el continuo fluir de la sangre, absoluto, absuelto en el sentido de que nada parecía interponerse entre el origen y la desembocadura, dado que el complicado dispositivo de la jeringuilla: no se introducía más que para abrir el paso y desaparecer como instrumento; pero continuo en otro sentido, el de que, sin la intervención ahora brutal del otro que, una vez retirada del cuerpo la jeringuilla todavía levantada, y decidido a interrumpir el flujo, doblaba con fuerza mi brazo hacia arriba y apretaba el algodón en el interior del codo, la sangre habría podido seguir manando, no indefinida pero sí continuamente, hasta agotarme, aspirando así a lo que yo llamaba el glorioso sosiego.

 

A voix nue  

(Conversaciones de Derrida con Catherine Paoletti) 

Emisión del 14 de diciembre, de 1998.

 

Pregunta: -Jacques Derrida, es una tarea temible el tener que presentarle. Diga lo que diga, voy a caer en la anécdota o en unas categorías universalizantes vacías que usted no ha dejado nunca de criticar, igual que si afirmo que usted es el padre de la deconstrucción. Finalmente, si digo que basta con leer cualquier pasaje de sus textos para ver resplandecer en él toda la riqueza de sus reflexiones, me podría responder que infiero que desde hace cuarenta años usted no hace más que repetirse, aunque la repetición haya adquirido con usted un valor filosófico. Sé por último de antemano que nunca tendré razón al darle a usted la razón.

Yo podría decir, a la manera de Kant: Â«Jacques Derrida nació el 15 de julio de 1930 en El-Biar, cerca de Argel, vive, escribe y escribirá todavía». Sin embargo, no tengo más remedio que constatar que lo que constituye el hilo conductor más explícito de su recorrido intelectual se inscribe, se escribe, en sus textos con el filtro mismo de la autobiografía.

 

J. Derrida: -Es verdad que, al repetirme, al desplazarme -porque lo que me interesa es el desplazamiento en la repetición-, no he dejado de acercarme a una escritura de la que con frecuencia se dice que es cada vez más autobiográfica. Aunque los primeros textos que publiqué no estaban en primera persona y eran conformes, con ciertas distancias, a unos modelos más bien académicos, ya en el transcurso de los dos últimos decenios, de un modo a la vez ficticio y no ficticio, los textos en primera persona se han multiplicado: rememoraciones, confesiones, reflexiones sobre la posibilidad o la imposibilidad de la confesión... Estoy convencido de que, en cierto modo, cualquier texto es autobiográfico y esa «tesis» se vuelve a encontrar dentro de esos escritos así llamados autobiográficas. Por lo tanto, diré que lo que ha variado en la repetición no es la relación con la autobiografía o el paso de unos textos no autobiográficos a unos textos autobiográficos, sino cierta modulación, cierta transformación del tono y del régimen de la autobiografía. Creo, de hecho, que habría que desconfiar tanto de la apariencia no autobiográfica de mis textos así denominados antiguos como de la apariencia autobiográfica de mis textos llamados recientes. En Mémoires d’aveugle, texto que escribí para la exposición del Louvre, intento demostrar en qué medida incluso cuadros que no son autorretratos son autorretratos y que, en todo caso, la distinción ya no es tan pertinente como se cree.

 

Pr.: -Usted nació, pues, en Argelia. Entre 1934 y 1941 fue al jardín de infantes y, después, a la escuela primaria de El-Biar; pero esos años también corresponden al principio de la guerra y a la petainización de la escuela, en una Argelia que jamás vio a un soldado alemán, que jamás fue ocupada, pero en donde el estatus de los judíos ya era problemático, puesto que hubo que esperar a 1875 y al decreto Crémieux para que tuviesen derecho a la ciudadanía francesa.

¿Cómo vio usted esos acontecimientos? ¿Qué se le pasa en ese momento por la cabeza a un niño pequeño?

 

J. Derrida: -Me cuesta trabajo contestar a esa pregunta, no sólo porque las cosas están enmarañadas en esa historia sino también porque no sé muy bien, ni siquiera hoy, lo que, como usted dice, se le pasaba por la cabeza a ese niño. Con frecuencia intento acordarme -más allá de los hechos documentados y de los puntos de referencia subjetivos- de lo que yo podía pensar, sentir, experimentar en aquel momento, pero esos intentos fracasan muy a menudo. Por eso reconstruyo. Siempre se reconstruye, pero aquí la reconstrucción es con frecuencia abstracta. De lo que sí me acuerdo es de 1934: jardín de infantes, sufrimiento extremo. 

 

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