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VOCABULARIO

 

  • Diseminación  : el pensamiento de Derrida se propone, ante todo, mostrar la imposibilidad que supone toda voluntad ideal de sistema; rechaza cualquier tipo de centralidad, de fijeza. A la puntualidad y continuidad del tema, a la coagulación del concepto, opone Derrida el juego diseminado del texto, la múltiple condensación dinámica del haz, del tejido.

  • Filosofía: frente al deseo irreprimible de universalidad de la filosofía, de ser autosuficiente, de ser saber absoluto, Derrida piensa que ésta no puede dejar de asumir su condición de lenguaje. La filosofía, desde Nietzsche, se muestra como algo que nunca ha dejado de ser: texto o escritura que no se deja regir por la ley del sentido, del pensamiento y del ser sino que se despliega en la heterogeneidad del espacio y del tiempo, en un lenguaje múltiple, diseminado en una serie infinita de reenvíos significantes.

  • Deconstrucción: no significa aniquilación o sustitución con vistas a una nueva restitución. La deconstrucción no excede el pensamiento occidental, la metafísica tradicional, situándose más allá del mismo, sino que se mantiene constantemente en un equilibro inestable entre lo que lo constituye y lo excede, trabajando en su margen mismo a fin de lograr un pensamiento que no descanse nunca en el tranquilo sosiego de lo que le es familiar.

  • Metafísica de la presencia: el pensamiento tradicional encierra una violencia. El sentido y la racionalidad del discurso instituido, la búsqueda obstinada y estéril de un fundamento inconmovible e inmutable, la búsqueda de la identidad y de la homogeneidad traducen unos mitos que Derrida tipifica como “logofonocentrismo” del discurso tradicional y que se presentan como estrechamente solidarios de la gran ficción que constituye, a su vez, la historia de la metafísica como metafísica de la presencia. Búsqueda de la familiaridad y rechazo del riesgo. Dios representa la máxima necesidad de toda la cultura occidental, incluso secularizada: la necesidad de una norma ideal por la que poder regirse, una norma dispensadora de sentido que permita conocer y unificar coherentemente la realidad. Esta norma ideal es lo que denuncia Derrida como lo propio de la metafísica de la presencia. Heidegger: en la filosofía moderna, la categoría de representación se configura como categoría fundamental que inaugura el mundo de la representación. El Ser como presenciales pensado desde ahí en adelante en relación con el sujeto mismo. Representar significa: desde sí mismo ponerse algo delante y garantizar lo puesto como tal. Este garantizar tiene que ser un calcular porque sólo la calculabilidad garantiza de antemano y constantemente que se tenga la certidumbre de lo que se quiere representar. El representar es un proceder desde sí en el dominio de lo asegurado que previamente era preciso asegurar. Lo existente ya no es lo presente sino lo que por vez primera en el representar se pone enfrente, lo objéctico. Representar es una objetización que procede, que domina. El representarlo impulsa todo a la unidad de lo así objéctico.

 

 

  • Falocentrismo: la autoridad del logos, del significado trascendental, asume al tiempo que justifica un orden masculino como punto de referencia privilegiado. Frente a esto, la diseminación (que es lo que no vuelve al padre) a la que Derrida somete toda operación textual supone un riguroso desplazamiento de los supuestos culturales que han llevado a potenciar la razón patriarcal como autoridad del autor respecto al significado último de un texto y como necesidad de distinguir los significados legítimos de los ilegítimos, necesidad que, en última instancia, remite al deseo de búsqueda y garantía del origen.

  • Escritura: la forma de expresión del pensamiento es el habla que, pese a ser mediación, se presenta como comunicación natural y directa. Las palabras que se emiten son signos espontáneos y casi transparentes del pensamiento actual del hablante que el receptor que escucha espera captar, signos por medio de los cuales se comunican dos personas presentes. La escritura, por el contrario, último estrato de expresión del pensamiento, convierte el lenguaje en una serie de marcas físicas sin relación aparente con el pensamiento que las produce, ya que operan en ausencia del hablante y del receptor. Para la tradición, esta forma de comunicación es vista como representación indirecta y artificial del habla, representación imperfecta que puede llegar a convertirse en deformación y que, en todo caso, constituye un acceso incierto al pensamiento.

  • Gramatología: ciencia general de la escritura que hace temblar el pensamiento occidental. Aquí aparece el pensamiento de la huella y la différance. Saussure recalca este elemento de diferencia en la lengua: la misma es un sistema de significaciones cuyo valor se halla en la diferencia ente los elementos. Todo elemento reenvía a otro, con lo que desaparece, para Derrida, la noción de huella primera: no hay una huella primigenia, un origen, sino un continuo desplazamiento. Con el pensamiento de la huella, el concepto de origen vacila y resulta tachado.

  • Logofonocentrismo: las determinaciones por las que, a lo largo de la historia, pasa el sentido del ser como presencia y que, aun cuando varían según las épocas, responde todas ellas a una raíz común, a una relación natural y necesariamente inmediata, para la metafísica, del pensamiento como discurso racional (lógos inseparable de la verdad y del sentido) con la voz (foné que dice el sentido) son: presencia de la cosa a la mirada como eidos, presencia como sustancia/esencia/existencia (ousía), presencia temporal como punta (stigmé)del ahora o del instante (nun), presencia a sí del cogito, conciencia, subjetividad, copresencia del otro y de uno mismo, intersubjetividad como fenómeno intencional del ego, etc. Las dos últimas determinaciones de la presencia se presentan como los dos pilares incontrovertibles sobre los que se asienta la metafísica de la presencia: 1) la primacía del ahora-presente en el concepto vulgar de tiempo. Privilegio del instante presente del que dependen el pasado y el futuro según una sucesión espacial homogénea, continua y lineal. Sucesión dela cual proviene tanto la oposición originario/derivado como una concepción ontoteológica de la historia en la que se potencia el concepto de origen pleno y el de teleología. Por su parte, el privilegio de la linealidad es la imagen gráfica dela sucesión irreversible del tiempo en el que se habla. 2) la primacía moderna dela conciencia que se establece por medio de la voz: presencia de la conciencia así misma, presencia del sentido en la conciencia (interioridad) del que habla y que, externamente, es expresado por medio de signos. Para la tradición, pues, la voz ocupa en el lenguaje una centralidad antropo(teo)lógica. La voz tiene una relación esencial y absoluta con el pensamiento. De ahí que la civilización occidental privilegie, frente a la escritura que sólo es un instrumento secundario y representativo, el habla plena que dice un sentido que ya está ahí, presente en el logos. Este rechazo de la escritura se inscribe en el amplio contexto de una lógica del discurso que marca todos los conceptos operativos de la metafísica tradicional, estableciendo a partir de la oposición realidad/signo todo un sistema jerarquizado de oposiciones que el pensamiento occidental ha asumido y utilizado desde siempre: presencia/ausencia, inteligible/sensible, dentro/fuera, etc. En esa cadena jerarquizada, el primer término, el término “superior”, pertenece a la presencia y al logos, mientras que el segundo denota invariablemente una caída, una pérdida de presencia y de tradicionalidad. El saber occidental se produce a partir de la escritura fonética que convierte a la escritura en mera técnica auxiliar de la significación y privilegia la voz como depositaria única del poder del sentido: el logocentrismo viene a ser, por tanto, la metafísica de la escritura fonética. El privilegio de la voz es un privilegio metafísico que conduce al logocentrismo el cual se determina, por lo tanto, como fonocentrismo, esto es, como “proximidad absoluta de la voz y del ser, de la voz y del sentido del ser, de la voz y de la idealidad del sentido”. El oírse-hablar no es otra cosa que la conciencia de sí, la presencia a sí de la conciencia que se habla/se oye a sí misma inmediatamente de viva voz: la presencia del sentido a la conciencia de sí. La voz, elemento de proximidad a sí, aparece como la conciencia misma. El privilegio de la conciencia es la posibilidad de la viva voz, expresión que dice el lazo que une foné, logos y presencia. El sujeto que habla es consciente de estar presenta a lo pensado en la cercanía máxima con lo ideal ya que, para ello, no necesita de ningún instrumento o accesorio extremo.

  • Différance: intenta indicar el carácter de espaciamiento y temporización, que supone que en el origen no hay un ser pleno, como ha pensado toda la historia de la metafísica. La différance es lo que no se hace presente, porque hace posible la presentación de lo presente. Ella es la que abre el espacio en el que la ontoteología se produce y, en este sentido, la excede. El verbo “diferir” tiene dos sentidos: por un lado, diferir es temporizar. Por otro lado, no ser otro, ser discernibles. La palabra différance, con “a”, apunta a compensar la pérdida del sentido de la temporización y también de espaciamiento presentes en la noción de diferencia. Este doble sentido de espaciamiento y temporización pone en cuestión la idea de presencia, como así también la de su opuesto, la de falta, y permite preguntarse por el límite que obliga a pensar el ser en términos de  presencia y ausencia. La différance es la que produce las diferencias de la lengua entendida como sistemas de diferencias, por ello es origen no pleno, no simple, de allí que el mismo nombre de “origen” ya no le convenga. La metafísica tradicional ha afirmado siempre la preponderancia del significado (la idealidad) con respecto al significante (la materialidad). Frente a la importancia concedida a la presencia en todo el logocentrismo, Derrida indica la necesidad de la ausencia y la diferencia: para que exista significación, la presencia del significado ha de estar diferida. La historia de la lengua es una historia de huellas y diferencias en la que la palabra plena no existe. La escritura es la que organiza el juego de referencias significantes que hacen posible el lenguaje: por ello, la escritura incluye al lenguaje. La archiescritura aparece como previa a las oposiciones de la metafísica: de allí la gramatología como ciencia del origen tachado y de la huella no originaria.

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